No eran brujas, eran mujeres

El desagravio por 300 años de la caza de brujas en Europa

Pese a que la corriente de espiritualidad new age que impera en la actualidad ha romantizado en cierta forma el término “bruja” la verdad es que, hace unos siglos, ser acusada de bruja era sinónimo de morir en la horca o en la hoguera. Durante los casi 300 años que duró oficialmente la caza de brujas en Europa, miles de mujeres fueron injustamente juzgadas y sentenciadas a muerte, acusadas de crímenes de brujería. Así, esta caza de brujas es un claro ejemplo de los ataques y la discriminación a los que las mujeres han sido sometidas a lo largo de la historia.

Todo empezó cuando, a finales de la Edad Media, se legisló por primera vez sobre el “crimen de brujería”, en unos estatutos dictados en 1424 en la Vall d’Àneu, en Cataluña. La aparición de este tipo de crimen, que no existía hasta entonces, se basaba en la idea de que había personas (mayoritariamente mujeres) que abjuraban de la fe cristiana y se entregaban al diablo. Se veía a aquellas personas como seres malignos, capaces de provocar la enfermedad y la muerte de animales, personas y, sobre todo, de bebés, a través de maleficios, conjuros o males de ojo.

Se cree que esta tendencia apareció a principios del s.XV en Italia y se extendió rápidamente por los Alpes hacia Suiza, Alemania, Francia y por los Pirineos hasta Cataluña, Navarra y el País Vasco. Primero en zonas montañosas y, a partir del s.XVI, ya por todo el territorio, llegando al inicio del s.XVII a las cotas más altas de persecución.

Pero…¿quiénes eran en realidad aquellas brujas?

Aunque cualquier persona podía ser acusada de brujería, mayoritariamente se trataba de mujeres mayores, muchas de ellas viudas o sin familia, marginadas y también curanderas que utilizaban las hierbas medicinales en forma de remedios para sanar enfermedades. Mujeres que generaban envidias o que no estaban integradas en un entorno familiar fuerte que las pudiera sostener y apartar de aquellas acusaciones.

La gran mayoría de los juicios por brujería se iniciaban a partir de las acusaciones de los propios vecinos de estas mujeres que las consideraban culpables de sus males o desgracias, que podían ir desde la muerte de una vaca o de un bebé a una granizada que había arruinado una cosecha.

Estas zonas que hemos comentado en las que se inició esta caza de brujas se caracterizaban por ser territorios descentralizados, bastante autónomos, en los que la mayor autoridad civil era el alcalde del pueblo o el gobernador local de la región. Por lo tanto, la acusación vecinal llegaba al alcalde, se llamaba a los vecinos a declarar ante un tribunal local. Como todo eran indicios basados en el rumor y sin ninguna prueba real, se buscaban en las acusadas supuestas “marcas del diablo” como podía ser algo tan surrealista como tener una mancha en la espalda o no tener vello en las axilas. 

En otras ocasiones, se requería de los servicios de los llamados “adivinos” que, entre sus “dones”, tenían la capacidad de identificar a las brujas solo con mirarlas. Y muchas otras veces, se torturaba a estas mujeres hasta que ellas mismas acababan confesando bajo el dolor del tormento todo aquello de lo que se les acusaba. Muchas veces esta confesión bajo tortura se convertía en la única prueba de la condena, que siempre era a muerte. Así, miles de mujeres acabaron injustamente ahogadas y colgadas de la horca y con sus cuerpos luego quemados en una hoguera e incluso descuartizados.

Además, durante estas confesiones bajo tortura, siempre se les pedía a las acusadas que nombrasen a sus cómplices, cosa que acababan haciendo aún sin ser verdad y esto era lo que alimentaba y extendía esta injusta caza de mujeres, mal llamadas brujas.

¿Por qué se dieron muchos más casos de mujeres condenadas por brujería en Escocia que en Inglaterra o en Cataluña y Navarra que en el Reino de Castilla?. La respuesta está en los fueros y en la autonomía de estas regiones sobre el poder central que impedían que estos casos raramente llegasen al tribunal de la Santa Inquisición, en el caso de España; tribunal que se ha demostrado que, pese a su mala fama, solía ser bastante más imparcial que los jueces locales de los pueblos, donde los propios habitantes eran los que acusaban a sus vecinas de brujería.

Pero hubo un caso excepcional…

En Àger, un pequeño pueblo del norte de Cataluña, en el verano de 1626, seis mujeres fueron encarceladas por parte del alcalde, tras la declaración de diferentes vecinos de la población que las acusaban de matar a bebés y de envenenar a adultos y a animales de granja. Al inicio, todas negaron su culpabilidad pero, tras las graves torturas a las que fueron sometidas, acabaron confesando los maleficios e incluso los aquelarres y su entrega al diablo. El caso llegó a oídos de la Santa Inquisición, que decidió enviar a un comisario a investigar el tema. El inquisidor se reúnió con todas ellas, una a una, para que ratificasen su confesión.

Fueron trasladadas y encarceladas en Barcelona donde se les asignó un abogado de oficio. Algunas de ellas empezaron a variar sus declaraciones y, al no existir pruebas concluyentes de sus actos de brujería, cuatro de ellas fueron absueltas y condenadas a un destierro de cinco años. Una ya había sido ejecutada en el pueblo de Àger antes del traslado a Barcelona y otra murió en un hospital dos meses después del juicio, a causa supuestamente de las consecuencias de las torturas a las que fue sometida y que la dejaron manca de un brazo y sin un pulgar en la otra mano.

Este artículo está basado en la charla que el historiador y profesor de historia medieval, Pau Castell, impartió el pasado 26 de junio en la población de Àger durante la jornada denominada “Embruix” (embrujo), organizada por el ayuntamiento de la población como acto de desagravio y reparación de la ofensa e injusticia cometida contra aquel grupo de mujeres. 

Pau Castell que afirma que “la bruja siempre se construye a través de la mirada del otro”, ha documentado en Cataluña cerca de 800 casos de mujeres acusadas y condenadas por brujería, todas ellas con nombre y apellidos. https://www.sapiens.cat/cacera-bruixes.html

Contra todas aquellas mujeres, el poder se saltó las propias leyes y las juzgó sin ninguna garantía procesal. Aquellas mujeres, por su condición de curanderas, viudas, marginadas o pobres, fueron el chivo expiatorio de una sociedad convencida del origen maléfico de sus desgracias y dispuesta a buscar las culpables y a señalarlas sin ningún tipo de pudor o compasión. 

A través de la firma de este manifiesto impulsado por la revista Sàpiens y por el propio historiador, se pretende recuperar la memoria de aquellas mujeres inocentes sin prejuicios ni falsedades, promover la reparación y dignificarlas mediante actos de desagravio por todo el territorio y reivindicar todas las mujeres que han sido reprimidas a lo largo de la historia: https://www.sapiens.cat/noerenbruixes/

La ilustración y el racionalismo del s.XVIII acabaron con aquella caza de brujas. Se decidió que la brujería no había existido nunca y que era fruto de la superstición de las personas. Desaparecieron los juicios pero la creencia perduró y se mantuvo viva en muchas poblaciones durante los siglos XIX y XX en los que, pese a no existir un apoyo legal, se seguía estigmatizando y acusando de brujas a algunas mujeres que incluso acabaron muriendo en ocasiones linchadas por sus propios vecinos.

Imagino qué hubiera pasado con la cantidad de mujeres que hoy en día se dedican a ayudar a los demás a través de terapias holísticas como el Reiki, la homeopatía, la fitoterapia o la naturopatía, entre otras, y a las que utilizamos la astrología o el tarot como herramientas de autoconocimiento y sanación. 

Pese a que en la actualidad pueda parecer que estamos viviendo otra especie de “caza de brujas” subliminal que, aunque no acabe en el fuego, habita en la polaridad del elemento aire de las ideas y verdades enfrentadas, recordemos y honremos a aquellas mujeres que vinieron antes que nosotras y veneremos ese linaje femenino que nos nutre, generación tras generación, de sabiduría, amor y luz.